Durante su infancia se crió con sus padres terrenales María y José en Belén. Fue bautizado en el río Jordán; más tarde fue impulsado por el Espíritu Santo hacia el desierto, donde ayunó durante cuarenta días evitando las tentaciones a las cuales intentaba someterlo el demonio. Realizó también muchos milagros en los pueblos cercanos, donde gente con mucha fe lo llamaba para sanar a los enfermos que no tenían cura, y el Señor estuvo allí y cumplió las peticiones de sus seguidores. Aproximadamente a los treinta y trés años, durante la Última Cena con sus apóstoles, fue
traicionado por Judas Iscariote, quién decidió entregarlo a los príncipes de los sacerdotes a cambio de plata. Estos lo buscaban por considerar que Jesús cometía delito de sedición contra las autoridades romanas. Lo arrestaron y fue juzgado ante el Sanedrín, luego fue llevado ante Poncio Pilato, quien no halló culpa en el Señor, por lo que dejó que la última palabra fuera del pueblo. Estos eligieron que se liberara a Barrabás, un peligroso delincuente de la época, y que se castigara a Jesús. Fue azotado con látigos, le colocaron una corona de espinas en la cabeza, lo cargaban y, finalmente, fue obligado a cargar con la cruz hasta el lugar donde moriría. Allí fue clavado en la cruz de manos y pies, hasta que ya agotado, decidió dejar este mundo para pasar al Reino de los Cielos junto a su Padre. Su cuerpo fue trasladado a un sepulcro, donde estuvo tres días hasta que resucitó; salió al pueblo a dar la Buena Noticia y luego ascendió en cuerpo y alma a los Cielos junto a su Padre.
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